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Mi experiencia con la lactancia materna: un acto de amor lleno de desafíos y gratitud.

Un largo viaje pero muy bonito.

Ser mamá ha sido un viaje lleno de emociones y aprendizajes, y la lactancia materna se

ha convertido en una de las experiencias más intensas y gratificantes. Todo comenzó

cuando mi pequeña tuvo que pasar sus primeros ocho días en cuidados intensivos.


Fueron momentos difíciles, y no pude cargarla al pecho inmediatamente; en su lugar,

iniciamos con la técnica de canguro, practicando el contacto piel a piel. Los primeros días, la alimentación fue a través de sonda, y yo comencé extrayendo leche manualmente, almacenando el calostro en jeringas, esperando con ansias el momento en que pudiera darle directamente.


A medida que avanzaban los días, usaba un extractor cada tres horas para asegurarme de que ella tuviera mi leche mientras estaba en el hospital. Finalmente, después de tres días, llegó el momento de empezar a darle pecho, aunque el proceso no fue fácil. Lograr un buen agarre fue uno de los mayores retos. Fueron dos meses de paciencia, esfuerzo y algunos momentos de frustración. Recuerdo una noche en particular, cuando el dolor y las grietas en el pecho me impidieron amamantarla, pero no dejé de extraerme y continuar con el contacto piel a piel para mantener ese lazo tan especial.


Como mamá primeriza, desconocía algunos aspectos de la producción de leche, como la importancia de las extracciones nocturnas. Esto me llevó a experimentar mi primera mastitis, y en total tuve que enfrentar este doloroso proceso cuatro veces.


Sin embargo, aprendí a cuidarme mejor: paños calientes, masajes y lecitina, que sigue siendo parte de mi rutina para evitar la obstrucción del pecho.


Cuando volví al trabajo, la lactancia tomó un nuevo ritmo. En la oficina, hacía una o dos extracciones según lo permitiera la jornada, y cuando estaba en casa, aprovechaba para darle pecho y solo me extraía al despertar y en la noche, momentos en que mis pechos se llenan más. Este proceso ha sido una verdadera montaña rusa, pero también una experiencia de amor profundo y aprendizaje constante.


Hoy, miro atrás y siento una enorme gratitud, no solo por haber superado las dificultades, sino por tener la oportunidad de ayudar a otros bebés. Al inicio, logré donar leche a un bebé cercano, y ahora, al final del año, he tenido la bendición de donar al Banco de Leche del Hospital Roosevelt, a una mamá con gemelos, y a un bebé que fue abandonado.


Más allá de la cantidad de leche, este proceso de donación ha sido un acto de amor que me llena de satisfacción y alegría.


Agradezco cada momento de esta experiencia, con sus altos y bajos, por permitirme ser parte de la vida de otros pequeños. La lactancia ha sido mi manera de entregar amor, no solo a mi hija quien recién cumplió un año de vida, sino también a aquellos que lo necesitan.


Ya había tenido oportunidad de participar en los grupos de apoyo virtuales de Liga de la Leche Guatemala y cuando me encontré con tanta leche, que ya ni cabía en mi congelador y el de la casa de mi mamá, contacté a Liga de La Leche y fue así que encontré como poder compartirla.


¡Qué gratificante es poder compartir un granito de amor!

Por Diana Espinales.


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